lunes, 21 de mayo de 2012

Espejo, espejito mágico ¿soy yo la mejor? No, no lo eres, pero te quiero igual


Los niños no son personas de las que debamos cuidar sino personas de las que debemos aprender.
Ellos nos muestran nuestros puntos débiles, para que los veamos y los trabajemos. Ellos nos muestran las estupideces de nuestra sociedad, nuestras incongruencias, para que las cambiemos. Aunque es cierto que, a veces, estamos tan metidos en la estupidez, somos casi tan parte de ella, que nos empeñamos en no verla y creemos que los que se tienen que acostumbrar son ellos. De hecho, nuestros padres nos acostumbraron tanto a esto que ya no sabemos a veces distinguir lo que es “social” de lo que es realmente bueno. Creemos que cantar por la calle es de locos y trabajar un montón de horas para conseguir más dinero es de normales...

Los espacios deberían estar hechos para que haya niños, ¿cómo si no, criamos a nuestros hijos si trabajamos muchas horas los papis y las mamis si, además, el ocio no está “preparado para niños”?
Ir con los niños a la mayor parte de los sitios debería ser algo normal. Claro que no se “aprovecha” como si vamos solos, claro que hay cosas que son más difíciles, sobre todo si la educación, que no la edad, nos quitó la mayor parte de la imaginación para redisfrutar las cosas de otra manera.

Quizá el quid está en querer hacer demasiadas cosas, en priorizar la casa, o la plancha, o querer llevarlo todo para adelante... Porque a las mamás que llevan a su hijo de punta en blanco (limpito y planchado además, ¿cómo lo harán?) nadie las critica pero a las que han aprendido a disfrutar de la vida junto con su bebé y no siguen las normas impuestas de trato de bebés sí. ¿Qué es más importante, bañar a tu niño todos los días como una energúmena porque no te da tiempo a hacer la cena o bañarle menos a menudo cuando una esté relajada y puedan ambos disfrutar de dicho baño??? Si, sí, la mayoría leemos esto y decimos “bañarle con tranquilidad” pero, a la hora de la verdad, como te sientes mala madre si no bañas al niño tantas veces como te impone la sociedad terminamos escogiendo la opción de la energúmena o, al menos, de la “resignada”, y no sé qué es peor, porque cuando hacemos algo sin ganas, sin que nos salga de dentro, lo hacemos esperando que alguien nos devuelva el esfuerzo que estamos poniendo y si eso no ocurre se nos sale la energúmena de nuevo de la cueva...

Llevémonos a nuestros hijos con nosotros todo lo que podamos. Con comprensión y amor, no resignación y fastidio, nos vamos a sorprender que el niño quiera estar allí más de lo que nosotros pensábamos porque a él le encanta estar donde sienta amor: ¡y qué mejor sitio que con su mami amorosa!!! Y, si no quiere estar allí, comprendámoslo, al fin y al cabo, no le hemos preguntado...

Escuchemos a nuestros hijos: cuando no hablan, observémonos y, cuando nos sintamos mal por alguna decisión que tomemos: es que NO es buenaaaaa!!. Lo malo es descubrir cuál es la buena porque aquí entran en juego nuestros sentimientos de culpabilidad conscientes o inconscientes, lo dentro que tengamos las normas de la sociedad porque, en la mayor parte de los casos, hacemos caso de la sociedad y no de nosotros mismos porque no somos “capaces” de llevar la contraria a la sociedad.

Y cuando hablan, escuchémoslos porque cuando juegan hacen cosas “absurdas” que aprenden de nosotros, de los mayores, y es un espejo perfecto para que veamos todas las cosas que les estamos imponiendo y ellos están asumiendo que el mundo funciona así, lleno de cosas absurdas...

Ya que nos han dado el regalo de este bonito espejo, aprovechémoslo, no queramos quitárnoslos de encima. El tiempo en el que los niños son pequeños no es un tiempo para “pasarlo cuanto antes” (y por eso tengo todos los hijos de golpe) es un tiempo para aprender y cuanto más aprendamos más felices somos. Y cuanto más estáticos seamos y más aferrados al antes peor lo vamos a pasar. Dejemos de echar la culpa al otro de nuestra felicidad porque nosotros somos los únicos responsables de ella: ni nuestro jefe ni nuestra pareja ni mucho menos nuestros hijos; Sólo se prestan de espejo para que veamos lo que no queremos ver.